En una clara noche de marzo, a las 10 pm en punto, una multitud de cien personas, todas vestidas de negro canónico, llegó a la Galerie Internacional d’Art Contemporain en París. El evento era la primera pieza conceptual mostrada en esta galería por el nuevo artista, el Sr. Yves Klein. La galería era una de las más finas de París.
El Sr. Klein, vestido de saco negro, procedió a la conducción de la orquesta de diez piezas en su composición personal La Sinfonía Monótona que había escrito en 1949. Esta sinfonía consiste en una nota. Tres modelos vulgares acompañaron la presentación. El espectáculo, probablemente una auténtica experiencia metafísica para todos, duró unos veinte minutos. A ellos siguieron veinte minutos de silencio. Al fin de la pieza del Sr. Klein, todos en la audiencia consideraron que se encontraban frente al trabajo de un genio. El espectáculo fue un auténtico triunfo. Para culminar con esta poética belleza, el Sr. Klein pronunció las palabras finales: El mito está en el arte.
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No podemos saber si la naturaleza tiene armonía, pero lo podemos suponer válidamente a partir del juicio estético. Y entonces, al juzgar técnicamente la naturaleza, ésta deja de ser un laberinto caótico de sensaciones, y se convierte en morada del hombre, que se siente a gusto. Por eso Kant dice que el hombre estético es admirable, porque tiene impulsos morales muy fuertes (a la capacidad estética, que es la capacidad de llevar a cabo juicios reflexivos y no es educable, acompaña el impulso hacia los fines, que habla de la moralidad).
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Esto no pasa de ser un programa. Primero, porque arte por el arte es un postulado (i.e. voluntario). Segundo, porque con la diferencia entre belleza libre y adherente Kant apunta, en el fondo, sólo a lo que en Heidegger será la noción (preteorética) de facticidad. El juicio estético no se resuelve exactamente desde la función analítica. Pero tampoco puede concedérsele entero a la espontaneidad del yo.