Tengo que reconocer que aunque el día de ayer me dormí rápidamente, ha sido una de esas noches indeseables para cualquier ser humano. Esta noche, de la que hablo, estuvo caracterizada por dos sueños. En el primero de ellos me encontraba en una gran avenida, muy larga y con muchas curvas. Esa avenida era de concreto, gris; de un concreto poroso y gris. El cielo en aquel momento también era gris. Lo que hacía que el sueño fuera muy gris. El camino al que dirigía esta avenida llegaba a una torre muy alta, de concreto. Esta torre era una especie de cilindro gris, de concreto, imponente. Se alzaba por los cielos y difícilmente se podría calcular su altura pues las nubes cubrían la visibilidad a aquellos ojos que quisiesen conocer la altura exacta de tal monumento.
Si quisiera llamar de algún modo a este sueño, lo llamaría Babel gris y de Concreto. La razón de este nombre es muy tonta. Cuando era pequeño, en los libros que encargaban comprar las escuelas, como material escolar, se encontraba una pequeña Biblia infantil. Esta pequeña Biblia que poseía dibujos estilizados por todas partes, tenía un capítulo dedicado a la torre de Babel. El dibujo que ahí parecía me recuerda mucho al de mis sueños.
En aquella gran avenida, gris, de concreto, me encontraba andando en mi bicicleta de montaña. La velocidad que se podía alcanzar en este amplio sendero era alta, no sé que tanta. Cuando uno anda en bicicleta de montaña, no sé si sea igual en la de ruta, no se sabe que es rápido y que es lento, pues aunque uno siente que va a una velocidad alta, a veces no lo es tanto.
Recuerdo bien que una de las cosas que más ansiedad me causaba en este sueño era no traer mis zapatos para bici. Este tipo de calzado tiene un sistema especial para engancharse en los pedales. La sensación que se tiene cuando uno se acostumbra a este tipo de calzado es de seguridad. Alguien podría pensar que al contrario, estar unido a una bicicleta de esta manera es realmente peligroso, pero no. Traer este tipo de calzado hace que la bicicleta sea una extensión del cuerpo, de hecho, ya que uno se acostumbra a este tipo de tecnología, uno realmente se siente inseguro al montar la bicicleta. Pues ese fue uno de los sentimientos que tuve al cursar esta gran pista gris, de concreto. No tenía mis zapatos de grapa para la bici. Sentía no tener control en mi bicicleta y tenía miedo de caer en esta avenida gris, de concreto.
En este recorrido me encontraba con mis inseparables compañeros de la bici. No sé si realmente lo sean, quizá lo sean en el recuerdo, pues difícilmente me acuerdo de mis excursiones en bici sin ellos. Sería un buen momento para discernir que es lo inseparable, y en este caso, si que mis amigos los son, pues no me veo, o difícilmente lo hago, sin ellos, en la bicicleta.
A quien recuerdo con mayor detalle es a Guillermo Iñigo, no sé porque estaba, o quizá sí, pero estaba ahí. Siempre que solemos andar en bici, Guillermo Iñigo, lleva un jersey rojo, con una banda negra que surca de muñeca a muñeca por el hombro. De hecho aquel Guillermo Iñigo era el Guillermo Iñigo de una foto que tome con mi móvil, cuando aún Guillermo estaba con Mariana. Creo que también Adolfo iba, el problema es que hace tanto que no lo he visto, que creo que ya no se cómo es. Pienso que era él pues recuerdo un ser con pelo amarillo, ojos verdes y gafas cafés. Sí, creo que era él, así es, cuando lo pienso a él, lo pienso amarillo, ojos verdes, gafas cafés y distante. No sé sí también estaba José Alberto, pienso que el más que estuviese, yo deseaba que estuviese. Cuando estamos en manos del inconsciente no sabemos si las cosas están o queremos que estén. Esa es una cosa que al escribir estás líneas me planteo, y que muchas veces me he planteado. En la realidad, en la vigilia, las cosas se sostienen independientemente de nosotros, o por lo menos así parece. En cambio en el sueño, siento, o muchas veces lo he sentido, somos nosotros los que sostenemos eso que percibimos. De hecho Berkeley me hace mucho sentido cuando sueño. Muchas veces he pensado que si en un sueño dejo de ver un detalle inmediatamente deja de ser. Soñar a diferencia de lo que muchos piensan es una actividad demasiado cansada. No sé si sea cansada para mi, pues aunque soy yo el que sueña, parece que no soy yo el que fabrica lo sueños. Será el inconsciente, no lo sé. Daniel, el psicólogo, compañero de trabajo, dice que gran parte de nuestra vida esta constituida por el inconsciente. Y vaya que sí, pues si por el inconsciente soñamos, y dormimos gran parte de nuestra vida, entonces sí que nuestra vida esta constituida por el inconsciente.
Bajamos rápidamente, Adolfo, José, Guillermo Iñigo, yo; mientras lo hacíamos sentí que caía, y al caer y ver que me aproximaba, a Babel, Gris y de Concreto, me cuestioné porque soñaba eso que soñaba y, siento, que al soñar aquello, las aflicciones que durante esos días tenía se acumulaban alrededor de Babel, Gris y de Concreto.
Sin saber porque, mientras veía a Babel, Gris y de Concreto, comencé a estar en otro lugar. Esa es otra característica del sueño, por lo menos ese sentir tengo, que a diferencia de lo real se puede dejar de estar en un lugar, estando en un mismo lugar. Dejar de estar, en la realidad, podría llegar a ser contradictorio, y en los sueños es muy común que las cosas dejan de ser, y vuelven a ser, y a la vez son y no son. Esta vez al momento en que Babel, Gris y de Concreto dejaba de ser, el lugar donde ahora estaba era muy cercano a mi casa. A unas cuadras de Insurgentes, enfrente de la ex-casa de la Señora Bartilotti. Bueno, no recuerdo bien si era enfrente, o perpendicular a ella, pero cerca estaba.
La Señora Bartilotti era una anciana señora que hace años que no sé de ella. Era amiga de mi abuela. Mi abuela, cuando estaba en mi casa nos llevaba a visitarla, pues la casa de la Señora Bartilotti estaba cerca de mi casa. La Señora Bartilotti tenía unas grandes gafas, terribles; sus ojos parecía duplicar su tamaño a través del aumento de los lentes de las gafas . Eran de plástico. La casa estaba descuidada.
Al momento de mi sueño, no sé si hay manera de establecer un tiempo cronológico en los sueños, la Señora Bartilotti probablemente hubiera muerto. Yo me encontraba ahí esperando, junto a mi auto. Al intentar encender mi auto, no sé con que objeto lo hice, no lo conseguí. Y desesperado lo hacía una y otra vez. Cada vez que lo intentaba peores desperfectos aparecían en la máquina. Cada vez que ideaba un nuevo plan para componerlo, la situación caminaba a peor. Mi ansiedad crecía exponencialmente. Incluso AGW pasó por ahí. No sé porque lo hizo, ni que hacía ahí pero pasó. Intentó auxiliarme con la operación de reparación. No lo conseguimo. Mi auto estaba peor. Abrí el cofre. Mala decisión, todo comenzó a incendiarse, que desesperación. Todos mis intentos fueron absurdos. Aprendí, mientras intentaba repararlo, que al tratar de reparar la cosas se ponían peor. Neciamente, aprendido lo que explico, volvía y volvía a intentar reparar el cacharro. No sé cuantas horas estuve ahí. No hay manera de saber, en lo sueños, el tiempo en el que uno realiza una actividad. Quizá la eternidad sea como los sueños, no hay manera de contarla.
Mientras transito entre la vigilia y el sueño, me pregunto que será más real si el sueño o la vigilia, pues cuando soñamos siempre parece que llegamos a un mismo lugar, las circunstancias varían pero el stimmung propio de los sueños tiene especificidad como el stimmung propio de lo real. He llegado a pensar que soñar es solo un cambio de locación de un mundo a otro. Mundos distintos uno real y otro, que no sé como nombrar. Mi criterio de realidad ha perdido vigencia por esta experiencia. ¿Qué es lo real? ¿qué importancia tiene la experiencia de lo “real”, si ante mi no está? ¿acaso importa? La verdad es la adecuación de la mente con lo real ¿de cuál mente?
La luz de la mañana calienta mis pupilas, haciéndome perder el color de la oscuridad de mi inconsciente; el ruido silencioso de mis sueños se interrumpe por las sonoras y candentes palabras de la discusión entre María y Juan Pablo. Volví de donde me encontraba sin estar, de aquel lugar donde sentía sin ser afectado por algo. Ahora estando entre el tibio y satisfactorio envoltorio de mis cobijas y mi almohada, lo único que reconozco de este transe es el continuo inextinguible de la experiencia de mí.
Si quisiera llamar de algún modo a este sueño, lo llamaría Babel gris y de Concreto. La razón de este nombre es muy tonta. Cuando era pequeño, en los libros que encargaban comprar las escuelas, como material escolar, se encontraba una pequeña Biblia infantil. Esta pequeña Biblia que poseía dibujos estilizados por todas partes, tenía un capítulo dedicado a la torre de Babel. El dibujo que ahí parecía me recuerda mucho al de mis sueños.
En aquella gran avenida, gris, de concreto, me encontraba andando en mi bicicleta de montaña. La velocidad que se podía alcanzar en este amplio sendero era alta, no sé que tanta. Cuando uno anda en bicicleta de montaña, no sé si sea igual en la de ruta, no se sabe que es rápido y que es lento, pues aunque uno siente que va a una velocidad alta, a veces no lo es tanto.
Recuerdo bien que una de las cosas que más ansiedad me causaba en este sueño era no traer mis zapatos para bici. Este tipo de calzado tiene un sistema especial para engancharse en los pedales. La sensación que se tiene cuando uno se acostumbra a este tipo de calzado es de seguridad. Alguien podría pensar que al contrario, estar unido a una bicicleta de esta manera es realmente peligroso, pero no. Traer este tipo de calzado hace que la bicicleta sea una extensión del cuerpo, de hecho, ya que uno se acostumbra a este tipo de tecnología, uno realmente se siente inseguro al montar la bicicleta. Pues ese fue uno de los sentimientos que tuve al cursar esta gran pista gris, de concreto. No tenía mis zapatos de grapa para la bici. Sentía no tener control en mi bicicleta y tenía miedo de caer en esta avenida gris, de concreto.
En este recorrido me encontraba con mis inseparables compañeros de la bici. No sé si realmente lo sean, quizá lo sean en el recuerdo, pues difícilmente me acuerdo de mis excursiones en bici sin ellos. Sería un buen momento para discernir que es lo inseparable, y en este caso, si que mis amigos los son, pues no me veo, o difícilmente lo hago, sin ellos, en la bicicleta.
A quien recuerdo con mayor detalle es a Guillermo Iñigo, no sé porque estaba, o quizá sí, pero estaba ahí. Siempre que solemos andar en bici, Guillermo Iñigo, lleva un jersey rojo, con una banda negra que surca de muñeca a muñeca por el hombro. De hecho aquel Guillermo Iñigo era el Guillermo Iñigo de una foto que tome con mi móvil, cuando aún Guillermo estaba con Mariana. Creo que también Adolfo iba, el problema es que hace tanto que no lo he visto, que creo que ya no se cómo es. Pienso que era él pues recuerdo un ser con pelo amarillo, ojos verdes y gafas cafés. Sí, creo que era él, así es, cuando lo pienso a él, lo pienso amarillo, ojos verdes, gafas cafés y distante. No sé sí también estaba José Alberto, pienso que el más que estuviese, yo deseaba que estuviese. Cuando estamos en manos del inconsciente no sabemos si las cosas están o queremos que estén. Esa es una cosa que al escribir estás líneas me planteo, y que muchas veces me he planteado. En la realidad, en la vigilia, las cosas se sostienen independientemente de nosotros, o por lo menos así parece. En cambio en el sueño, siento, o muchas veces lo he sentido, somos nosotros los que sostenemos eso que percibimos. De hecho Berkeley me hace mucho sentido cuando sueño. Muchas veces he pensado que si en un sueño dejo de ver un detalle inmediatamente deja de ser. Soñar a diferencia de lo que muchos piensan es una actividad demasiado cansada. No sé si sea cansada para mi, pues aunque soy yo el que sueña, parece que no soy yo el que fabrica lo sueños. Será el inconsciente, no lo sé. Daniel, el psicólogo, compañero de trabajo, dice que gran parte de nuestra vida esta constituida por el inconsciente. Y vaya que sí, pues si por el inconsciente soñamos, y dormimos gran parte de nuestra vida, entonces sí que nuestra vida esta constituida por el inconsciente.
Bajamos rápidamente, Adolfo, José, Guillermo Iñigo, yo; mientras lo hacíamos sentí que caía, y al caer y ver que me aproximaba, a Babel, Gris y de Concreto, me cuestioné porque soñaba eso que soñaba y, siento, que al soñar aquello, las aflicciones que durante esos días tenía se acumulaban alrededor de Babel, Gris y de Concreto.
Sin saber porque, mientras veía a Babel, Gris y de Concreto, comencé a estar en otro lugar. Esa es otra característica del sueño, por lo menos ese sentir tengo, que a diferencia de lo real se puede dejar de estar en un lugar, estando en un mismo lugar. Dejar de estar, en la realidad, podría llegar a ser contradictorio, y en los sueños es muy común que las cosas dejan de ser, y vuelven a ser, y a la vez son y no son. Esta vez al momento en que Babel, Gris y de Concreto dejaba de ser, el lugar donde ahora estaba era muy cercano a mi casa. A unas cuadras de Insurgentes, enfrente de la ex-casa de la Señora Bartilotti. Bueno, no recuerdo bien si era enfrente, o perpendicular a ella, pero cerca estaba.
La Señora Bartilotti era una anciana señora que hace años que no sé de ella. Era amiga de mi abuela. Mi abuela, cuando estaba en mi casa nos llevaba a visitarla, pues la casa de la Señora Bartilotti estaba cerca de mi casa. La Señora Bartilotti tenía unas grandes gafas, terribles; sus ojos parecía duplicar su tamaño a través del aumento de los lentes de las gafas . Eran de plástico. La casa estaba descuidada.
Al momento de mi sueño, no sé si hay manera de establecer un tiempo cronológico en los sueños, la Señora Bartilotti probablemente hubiera muerto. Yo me encontraba ahí esperando, junto a mi auto. Al intentar encender mi auto, no sé con que objeto lo hice, no lo conseguí. Y desesperado lo hacía una y otra vez. Cada vez que lo intentaba peores desperfectos aparecían en la máquina. Cada vez que ideaba un nuevo plan para componerlo, la situación caminaba a peor. Mi ansiedad crecía exponencialmente. Incluso AGW pasó por ahí. No sé porque lo hizo, ni que hacía ahí pero pasó. Intentó auxiliarme con la operación de reparación. No lo conseguimo. Mi auto estaba peor. Abrí el cofre. Mala decisión, todo comenzó a incendiarse, que desesperación. Todos mis intentos fueron absurdos. Aprendí, mientras intentaba repararlo, que al tratar de reparar la cosas se ponían peor. Neciamente, aprendido lo que explico, volvía y volvía a intentar reparar el cacharro. No sé cuantas horas estuve ahí. No hay manera de saber, en lo sueños, el tiempo en el que uno realiza una actividad. Quizá la eternidad sea como los sueños, no hay manera de contarla.
Mientras transito entre la vigilia y el sueño, me pregunto que será más real si el sueño o la vigilia, pues cuando soñamos siempre parece que llegamos a un mismo lugar, las circunstancias varían pero el stimmung propio de los sueños tiene especificidad como el stimmung propio de lo real. He llegado a pensar que soñar es solo un cambio de locación de un mundo a otro. Mundos distintos uno real y otro, que no sé como nombrar. Mi criterio de realidad ha perdido vigencia por esta experiencia. ¿Qué es lo real? ¿qué importancia tiene la experiencia de lo “real”, si ante mi no está? ¿acaso importa? La verdad es la adecuación de la mente con lo real ¿de cuál mente?
La luz de la mañana calienta mis pupilas, haciéndome perder el color de la oscuridad de mi inconsciente; el ruido silencioso de mis sueños se interrumpe por las sonoras y candentes palabras de la discusión entre María y Juan Pablo. Volví de donde me encontraba sin estar, de aquel lugar donde sentía sin ser afectado por algo. Ahora estando entre el tibio y satisfactorio envoltorio de mis cobijas y mi almohada, lo único que reconozco de este transe es el continuo inextinguible de la experiencia de mí.