martes, agosto 28, 2007

In te, Domine, speravi: non confundar in aeternum.

Hace unos días, mientras me bañaba, recordé el canto del Te Deum en su versión gregoriana. Mientras la tarareaba llegué a la frase final, y me sorprendí especulando sobre el verso que titula esta entrada.

Al detenerme en esa frase, ciertamente, me turbé. En Ti, Señor, espero, no sea confundido en la eternidad. No sé realmente si mi traducción es muy ortodoxa, pero fue la traducción que mentalmente hice, y sobre la que versó lo que pensé.

En ti Señor esperamos, no nos cofundas en la eternidad. Pensando y concentrando mi atención en está frase reflexioné sobre como la esperanza por antonomasia es la esperanza en otra vida más allá de la muerte, y fue por eso que me turbé.

Suele suceder que en esta vida se pueden tener muchas malas experiencias, vivir situaciones difíciles, esperanzas fallidas, y sin embargo todas esas circunstancias por la que se puede pasar son capaces de sobrellevarse cuando uno derriba ese peso, o esos pesos, con la esperanza de un mejor futuro. Sin embargo dentro de la vida del ser humano hay un evento cuya certeza, —quizá la mayor de las certezas que tendremos en esta existencia— es capaz de disolver cualquier otra esperanza: la muerte. Ese fatídico evento que en algún momento nos alcanzará, es un suceso que por eminencia es capaz de desarticular el horizonte de sentido en la vida del hombre. La esperanza en la vida más allá de la muerte es la única actitud capaz de corroer esa nulidad de sentido. En el cristianismo y en otras religiones es una cuestión de fe poseer tal esperanza.

Este pensamiento, más bien intuición (la esperanza por antonomasia es esperar la vida después de la muerte), que no está del todo justificado, me hizo adentrarme en el significado y la razón de la esperanza.

Lo primero que consideré cuando pensaba sobre esto fue la propia noción de esperanza. La esperanza es una realidad fundada en la relación del hombre con su futuro. Es decir la esperanza existe porque los hombres estamos inmersos en el tiempo. ¿Qué quiere decir esto? Nuestra realidad de seres yectos en el tiempo, nos condiciona a proyectarnos, es decir no somos lo que somos, sino que estamos en un desenvolvimento con una dirección frontal. Ser en el hombre es una cosa que se alcanza y no. Somos de una manera, pero tal vez seremos de otra. Alcanzamos continuamente una distinta situación en nuestro propio ser. Ya los existencialistas miraban en la esencia más íntima del hombre la de poder-ser. La posibilidad en el ser humano es una realidad compleja, estamos inmersos en una persecución continua de ser a la que no damos alcance. Esta tensión íntima de nuestro ser nos revela con luz la noción de futuro, lo que no se es, pero se será.

El carácter existencial de futuro en nuestro ser envuelve toda nuestra condición humana. Dentro de la amplitud de determinaciones que genera en el hombre la futurabilidad hay un lugar donde se alberga de manera nuclear en lo referente a nuestro comportamiento y determinación de sentido: este lugar es la conciencia. El comportamiento humano se determina por ese ser consciente del despliegue de nuestro ser y por tanto de la tensión que existe hacia lo que será. La combinación de este carácter con el despliegue emocional de nuestra existencia tiene un juego muy específico: continuamente nos encontramos en un mirar al futuro. La creación imaginativa que hace la conciencia del futuro traducida en un objeto de valor es lo que estructura antropológicamente la esperanza. Cuando el bien —valor deseado— presente se encuentra ausente para la conciencia, somos capaces de ubicarlo en una posibilidad, esta posibilidad se hila a través de la imaginación, y es cuando decimos que tenemos esperanza[1].

La posibilidad de ver un bien futuro, de ubicar un bien futuro, permite, sobrellevar la tortuosidad, que en algunos casos puede llegar a ser la existencia. El control de esta cualidad, poder proyectar bienes futuros, es determinante para una buena calidad de vida[2].

La vida humana se caracteriza determinantemente por nuestra capacidad de esperar. En este caminar por la existencia, como decíamos, en el que en muchos momentos nos encontramos en situaciones complejas, la esperanza es la luz a través de la cual miramos al futuro cuando en alguna ocasión se ha cernido la oscuridad en nuestro andar; la esperanza como dice Goethe es la segunda alma del desdichado. El que espera tiene oxígeno para sobrellevar las circunstancias que pudieran amargar el espíritu.

Caracterizada de manera, más o menos clara la esperanza —eso espero— podemos adentrarnos en la intuición que movió esta entrada: la esperanza por antonomasia es esperar la vida después de la muerte.

La certeza tan absoluta que es la muerte, irónicamente, lleva consigo una falta de certeza: que hay después de ella ¿De qué ha servido ser feliz o ser infeliz, si no sabemos que sigue? Para el ser humano, por más superficial que sea, es una cuestión que tarde o temprano le alcanzará.[3]

El fenómeno de la muerte es el hecho futuro más real al que pueda acceder el ser humano. Cualquier otra certeza que el ser humano pueda tener es incomparable ante la realidad de la muerte: vamos a morir es imposible que no suceda. El hecho de nuestra mortalidad es incuestionable. Y por tanto es un hecho digno de ser reflexionando. En ese sentido es inevitable cuestionarnos la relación de la esperanza y la muerte. Si el ser humano se caracteriza por ser un ser capaz de mirar al bien futuro, se ha de confrontar con la muerte, pues la muerte irrumpe de manera trágica en el futuro. Mucho se ha hablado de la muerte como castigo al pecado original, y vaya que definitivamente lo puede llegar a ser, la muerte se introduce como la desconexión de sentido, como fin insoslayable para el que sabe y es conciente de que vive.

Es por este carácter tan terrible de la muerte, que la esperanza de la vida después de la muerte puede constituirse en la esperanza por antonomasia. El desconocimiento de lo que sucederá después de la muerte a pesar de la ausencia de sentido que puede generar también abre la puerta a la esperanza. En palabras de Maeterlinck: la desesperanza está fundada en lo que sabemos, que es nada, y la esperanza sobre lo que ignoramos, que es todo.

Curiosamente la muerte, se constituye en ese todo del que se puede esperar, pues tenemos una ignorancia absoluta respecto de lo que sucederá. Esta esperanza se comprueba con facilidad en un suicida. Curiosamente quien más puede detestar de esta vida o quien más rápido quiere abandonarla, como son estos individuos, suelen ser inconscientemente los más esperanzados en el estado posterior a la muerte, pues al quitarse la vida actual esperan terminar con el suplicio que la vida actual les con lleva.

Por terrible (o positiva) que haya sido nuestra existencia se sabe que el camino tiene un fin. No sabemos a dónde nos lleve. Por más escépticos, ateos, agnósticos que seamos al respecto de lo que siga al fin, existe en el corazón del hombre la esperanza, conciente e inconciente, de que esa incertidumbre tenga un buen fin

In te, Domine, speravi: non confundar in aeternum.


[1] Aristóteles caracteriza la esperanza de una manera muy sencilla: “La esperanza es el sueño del hombre despierto.”
[2] La correcta consideración de objetos en nuestra conciencia (futuros, actuales y pasados), es lo que nos lleva al equilibrio existencial. Hay distintos vicios en la consideración de los objetos y experiencias, sin embargo considerar esto nos llevaría a perder la atención de la consideración principal de esta entrada
[3] Alcanzar en este sentido se entiende no refiriéndose a una sola cuestión especulativa sino existencial.

lunes, agosto 13, 2007

Femme et beauté

Una mirada a la belleza femenina a través del cine y el arte, acompañadas del preludio y sarabanda de la Suite no.1 para cello de Bach. Espero lo disfruten