Este texto lo escribí con motivo del encuentro con una persona con quien espero profundizar en amistad y como evocación de otra persona de la cual tengo el gusto de poseer su amistad
Después de varios años de rondar por la amplia avenida de la existencia sin toparme con alguno cercanamente real, el día de ayer recordé que hay seres especialmente vivos en este mundo. Decir eso de especiales, se oye, quizá, pueril, y hasta afeminado, pero no se me ha ocurrido, a esta hora de la noche, denominarlos de otra manera. La impresión que obtuve hace algunos momentos me hizo recordar con bastante pristinez lo que son estos seres. He podido evocar con claridad sus principales rasgos, y al verlos y re-sentirlos nuevamente, no he querido perder la oportunidad de tematizarlos de cierta manera. El “de cierta” manera responde a que lo especial de estos seres es difícil de tematizar, ya que parte de su especialidad consiste en su conexión con la vida, y creo que la vida es algo imposible de tematizar; se la puede magullar, y salvajemente insertar en esa presencia y generalidad que son los conceptos, pero imposible de considerar como tal sin el prejuicio muerto y estático que llega a ser la consideración mental. De éstos no hay muchos, son un bello modelo a seguir, sin embargo, llamarles también modelo es un error: ser como son no se enseña, pues lo que son es lo que viven, y lo que viven no se puede vivir en lo otro, pues es entonces ya no es vivir. Suelen pasar, para algunos ojos, ocultos, detrás del estruendoso ruido de la vanalidad de esos otros egos inflamados y artificiales; detrás de la cotidianeidad rutinaria. Cuando uno se ha cansando de ver lo mismo y lo mismo —la mismidad reproducida a través de factores dimensionales repetitivos, frutos de la defensa de un yo contra el mundo— por suerte aparecen. Los caracteriza su espontaneidad. Su ser es una especie de cielo real, pues la fluidez de su existencia se entrelaza con el momento; son fuentes que emanan agua siempre distinta. Poseen la riqueza de la novedad, y guardan una contradictoria identidad en el movimiento. Su rica vida emocional esta adecuadamente correlacionada con los valores que exteriormente descubren; nunca exagerados, siempre deliciosamente equilibrados. Su adecuada proporción en todo los convierte en seres tremendamente deseables para la co-existencia, pues la autenticidad de su vida hace desaparecer la monotonía, que en algunos momentos, resulta ser la existencia. En ellos no hay tedio, pues el tedio es lo más lejano a la vida; muy al contrario, tienen pasión por la vida, su existir es un alegre divertimento que recorre cualquier tipo de escala, siempre concorde al momento y a la situación: no son vagos graves, ni estridentes agudos, si no, como una sinfonía, suelen llevar un compás lleno de expresivos matices, en un encuentro de instrumentos fusionados para dar la alegre y bella tonalidad que en el instante se formula en un cálido sonar.
Después de varios años de rondar por la amplia avenida de la existencia sin toparme con alguno cercanamente real, el día de ayer recordé que hay seres especialmente vivos en este mundo. Decir eso de especiales, se oye, quizá, pueril, y hasta afeminado, pero no se me ha ocurrido, a esta hora de la noche, denominarlos de otra manera. La impresión que obtuve hace algunos momentos me hizo recordar con bastante pristinez lo que son estos seres. He podido evocar con claridad sus principales rasgos, y al verlos y re-sentirlos nuevamente, no he querido perder la oportunidad de tematizarlos de cierta manera. El “de cierta” manera responde a que lo especial de estos seres es difícil de tematizar, ya que parte de su especialidad consiste en su conexión con la vida, y creo que la vida es algo imposible de tematizar; se la puede magullar, y salvajemente insertar en esa presencia y generalidad que son los conceptos, pero imposible de considerar como tal sin el prejuicio muerto y estático que llega a ser la consideración mental. De éstos no hay muchos, son un bello modelo a seguir, sin embargo, llamarles también modelo es un error: ser como son no se enseña, pues lo que son es lo que viven, y lo que viven no se puede vivir en lo otro, pues es entonces ya no es vivir. Suelen pasar, para algunos ojos, ocultos, detrás del estruendoso ruido de la vanalidad de esos otros egos inflamados y artificiales; detrás de la cotidianeidad rutinaria. Cuando uno se ha cansando de ver lo mismo y lo mismo —la mismidad reproducida a través de factores dimensionales repetitivos, frutos de la defensa de un yo contra el mundo— por suerte aparecen. Los caracteriza su espontaneidad. Su ser es una especie de cielo real, pues la fluidez de su existencia se entrelaza con el momento; son fuentes que emanan agua siempre distinta. Poseen la riqueza de la novedad, y guardan una contradictoria identidad en el movimiento. Su rica vida emocional esta adecuadamente correlacionada con los valores que exteriormente descubren; nunca exagerados, siempre deliciosamente equilibrados. Su adecuada proporción en todo los convierte en seres tremendamente deseables para la co-existencia, pues la autenticidad de su vida hace desaparecer la monotonía, que en algunos momentos, resulta ser la existencia. En ellos no hay tedio, pues el tedio es lo más lejano a la vida; muy al contrario, tienen pasión por la vida, su existir es un alegre divertimento que recorre cualquier tipo de escala, siempre concorde al momento y a la situación: no son vagos graves, ni estridentes agudos, si no, como una sinfonía, suelen llevar un compás lleno de expresivos matices, en un encuentro de instrumentos fusionados para dar la alegre y bella tonalidad que en el instante se formula en un cálido sonar.