miércoles, marzo 21, 2007

Solitario y valiente en medio de una ruda realidad


El día de hoy terminé de leer las cartas de Rilke a un joven poeta. Sí, yo, leyendo a Rilke. Tengo que confesar que me costó un poco su lectura pues, como poeta que es, las abundantes descripciones que hace para explicarse me suelen ser algo eternas --eso no quiere decir que no me parezcan bellas-- pero siendo tan pragmático como puedo llegar a ser al leer literatura, me ha costado terminarlas. Bueno no importa, que más da.

Hay un tema que Rilke trata en estas cartas y que me parece interesante considerar: el tema de la soledad y su relación con la creación artística. No podré hacer un análisis concienzudo de lo que he entendido exactamente en esta relación, pues tampoco hice una lectura tan crítica como para poder hacerme un juicio muy exacto y lo suficientemente concatenado, además de que las leí de manera demasiado discontinua. Es más quizá lo que describa aquí no tiene nada que ver con Rilke, y resulta ser solo una excusa para que yo proceda a una propia interpretación de un detalle de lo real (que bueno que sea mi blog, y puedo hacer lo que yo quiera).

Saber ser solitarios es condición de posibilidad para entender la realidad y por tanto de poder expresar a través del arte lo que hay de vasto en la impresión que la realidad genera en mí. Saber de la soledad y entender la soledad es fuente para la contemplación. El artista que sabe de la soledad, como momento de meditación y de atención mantenida, es capaz de madurar un sentimiento lo suficientemente rico, capaz de poder generar una expresión artística. La prisa, la inestabilidad, la algarabia, el ruidero, la falta de contemplación y meditación son factores ajenos a lo que debe ser la expresión verdaderamente artística. La pura espontaneidad motivada por sentimientos epidérmicos es incapaz de mostrar el detalle y la profundidad que debe tener el artista al expresarse. Es mantenida y paciente soledad la que permite el despligue pausado de las formas que se expresan en nuestro interior.

Curioso que la ponderación instalada en el tiempo sea un fenómeno natural que genere las mejores cosas. Se puede observar en los vinos. Mientras más añejos mejores, más logrados sus sabores. El artista debe proceder a la introspección paciente y madurada para ahí poder desenmascarar aquello que es verdaderamente lúcido y rico en su interior; y así estar en posibilidad derramarlo a través de su genio.

¡Oh paciencia! (aquí es dónde me gustaría escribir en griego y poner un vocativo) conocer el ritmo natural de las cosas, difícil virtud pero indispensable en la madurez de todo orden, pues si la madurez es entender la realidad y adentrarse en los designios que dicta ésta, la paciencia resulta ser hermana de la madurez, ya que la realidad no es estática sino rítmica y la paciencia es saber acompañar los ritmos.

7 comentarios:

Guillermo Núñez dijo...

Espero que no hayas sacado el libro de la biblioteca de la UP. Pues ese ejemplar visitó, alguna vez, accidentalmente, el fondo de un water.

Unknown dijo...

¡Oh paciencia! clamor a la "soledad buscada".
Quizá, el punto radique en que la madurez está
acompañada de la soledad buscada.
Soledad que nos provoque desesperación se remedia -no se cura- con algarabía. Por eso la advertencia de Rilke a su joven poeta, "busca la soeldad". La que trasciende.
Todo esto me conduce a una escena: el hombre que camina lento bajo la lluvia. Cuando las gotas caen todos corren, y las calles se empapan más de soledad que de agua. Una persona, con gabardina negra, no ha querido posarse en los rincones repletos de gente que espera a que la lluvia cese para seguir corriendo y llegar a su destino. Ese transeúnte solitario, en cambio, se detendrá sobre un puente a mirar el agua cayendo sobre el agua. Paciente, no esperará a que termine la lluvia, por supuesto, no mirará el reloj ¿qué es eso?
Esperará a ver el cielo despejado, para eso, tuvo que ver llover.
¡Oh Paciencia! lo mejor está por venir, en silencio.

Juan Manuel Escamilla dijo...

¿Es posible construir la soledad en la comunión?
Esta aparente contradicción es realizable.
Sólo en la comunión íntima se puede llegar a estar solo... sin estarlo.
Y es que hay una clase de encuentro, el amoroso, en que se disuelve la alteridad en la comunión. Cuando se mira a los ojos del otro y no se reconoce en ellos sino una suerte de continuo de uno mismo. Hermoso.

Recomiendo, a propósito, Las alas del deseo (o El cielo sobre Berlín, en su título original: "Der himmel uber Berlin"), dirigida por Win Wenders. Especial atención al diálogo de Marion y Daniel

Juan Manuel Escamilla dijo...

Por cierto,
que Rilke nunca conoció esta "soledad". Su soledad es más desolación. Lo cierra al mundo, a la sorpresa, a cualquier cosa que no sea él mismo.

Recomienda a su joven amigo que establezca relaciones epidérmicas con los demás, que nunca llegue a "intimar" con nadie. Le recomienda incansablemente la vivencia de su propia soledad. Una suerte de superhombre, que crece solo hacia sí mismo.

Pero esa soledad está desierta.

Da para construír cosas bellas en el sentido más epidérmico del término. Nunca cosas hermosas. Nunca participaciones del Amor, lo más bello y bueno (recordar el griego "kalékagathe").

El Justo Medio dijo...

Difiero, mi querido Garcín. Cuando en los ojos del otro se reconoce a uno mismo, no es amor sino el narcicismo de un amor burgués.
El verdadero amor mira verdaderamente a Otro (la mayúscula no hace referencia necesariamente a Dios, sino a la personalidad absoluta del prójimo), a una realidad completamente distinta de mí.
El amor no es ciego, sino que es capaz de ver y observar lo que la vista simple convierte en miradero.

Juan Manuel Escamilla dijo...

Concedo. Lo decía más en un sentido poético. Pongámonos más claros.

Si bien, la alteridad nunca se pierde, el reconocimiento un otro que es alguien como yo, pero que no es yo, ése satisface mi necesidad de comunicar mi intimidad, haciendo parecer que no es sino un espejo. Un espejo que no sólo aclara lo que refleja. Porque también lo con-vive: comparte esa experiencia conmigo. Creo.

Pedro dijo...

Como dice un autor: "el descubrimiento del tú se da en un nosotros", es decir, para que podamos empezar a comprendernos necesitamos tratar con los demás, con los otros, para así descubrir nuestra propia intimidad. En un principio, luego se entra al dinamismo del diálogo.

Yo creo que la soledad en cuanto que reafirma la intimidad y la enriquece a fuerza de reflexión es buena. Pero tiene su límite, ya que el enriquecimiento del diálogo es imprescindible para hacer crecer la intimidad.